Por Claudia María Santizo.
La pérdida es un hecho. De golpe, la vida te presenta algo que no pediste o no esperabas, porque aún en los casos de una enfermedad terminal nunca estamos preparad@s para el impacto de saber que un ser querid@ ya no está.
Se abre un periodo de crisis en el que pasamos por una variedad de sentimientos que van desde el rechazo al dolor, la rabia, la desesperanza, y todos ellos son etapas que nos ayudan a aceptar la nueva situación y a retomar la vida plenamente.
Aunque el duelo es diferente para cada persona, existen etapas por las que todas las personas pasamos:
Fase de impacto y crisis. Esta corresponde a los primeros días de la pérdida. Durante ella más que aflorar los sentimientos, es el tiempo de solucionar las cuestiones prácticas como el funeral, recibir las condolencias de las personas y actuar “como se espera que un@ deba hacerlo”. Predomina la confusión, la incredulidad, la sensación de aturdimiento. Es una etapa de shock, de embotamiento afectivo, que tiene un carácter adaptativo y retrasa las emociones más angustiosas. Se dan muchas variaciones en los estados de ánimo que pueden ir desde las más bruscas hasta las más moderadas.
En la segunda etapa se da una turbulencia afectiva. Es cuando aflora el dolor, cualquier decisión cotidiana representa un esfuerzo grande, cualquier tarea sencilla parece imposible. El estado de ánimo oscila entre el inmenso dolor y la rabia y vienen los sentimientos de culpa: lo que pudimos haber hecho o dicho y no hicimos. Si no se trabajan estos sentimientos pueden repercutir no solo en el estado de ánimo sino hasta en la salud.
La tercera etapa es la de la readaptación al medio. Durante esta es básico dejarse acompañar, desahogar los sentimientos y no reprimirlos. La vida sigue su curso y el dolor no dejará de estar presente pero será menos intenso.
Cuarta etapa: recuperación y desapego. No hay un tiempo determinado para un duelo, es personal, pero podemos hablar de que se ha superado cuando los estados afectivos de la persona están más determinados por lo que pasa en su vida cotidiana que por la pérdida sufrida. Una pérdida significativa es siempre dolorosa, más aquellas como una muerte inesperada (accidentes, enfermedades fulminantes, suicidio) o por las características de la persona que fallece.
El manejo de los sentimientos de dolor es sumamente importante durante el proceso del duelo ya que la manera en que los trabajemos harán que pueda superarse ese proceso o quede estancado provocando amargura o desinterés por la vida
No olvidemos que los sentimientos son energía, así que podemos desahogarlos, transformarlos y transmutarlos:
Desahogarlos, implica sacarlos, liberarlos por medio del llanto, hablar de ello, reír, hacer ejercicio. Que nadie te diga que no llores o no estés triste, llora cuanto quieras y necesites, es liberador.
Transformarlos, cambiarlos de forma mediante acciones y pensamientos, como por ejemplo un poema, la pintura, la música, el aprendizaje, el contacto con la naturaleza, la oración, la meditación.
Transmutarlos. Es más que transformarlos, es darles sentido, crear. A partir de una situación dramática y dolorosa de pérdida muchas personas han generado contribuciones trascendentes a la humanidad, una fundación, una institución que ayude a personas que están pasado por esa misma experiencia, etc.
Transmutar nos lleva a contactar con lo más profundo de nosotr@s mism@s. Quienes han sufrido y transmutado su dolor, resurgen renovad@s, fortalecid@s y con una gran capacidad de compasión y respeto al dolor de las demás personas. Son quienes no olvidan sus sueños, con proyectos y metas definidas para mejorar su calidad de vida, saben que lo que hacen es parte de un plan mayor y comprenden la trascendencia de lo que hacen.
En las experiencias de pérdida, cada quien decide si las usa para crecer y aprender o para amargarse. Las personas que se niegan a hacer sus duelos nunca se despiden. Despedirse no quiere decir olvidar a esa persona, es decirle hasta siempre, darle gracias por haber estado con nosotr@s, reconocer lo que nos aportó y que siga presente en nuestras vidas, viviendo y amándola en nuestro corazón y a través de nuestros recuerdos.