Por Nadia Sierra Campos
Mirar desde lejos, hablar a distancia es la mitad del contenido de la historia. Estar de cerca y acompañar en el lugar forma parte de la otra mitad. Hoy, tengo la oportunidad de estar presente en un pequeño territorio con la grandeza del espíritu de su gente, en lo que puede llamarse el corazón de América; en la tierra de la admirada y extrañada Bertha Cáceres.
Foto: Nadia Sierra
Al pisar sus montañas y lo verde de éstas, es imposible dejar de admirar la belleza que envuelve a Honduras. Aquí, al igual que en el resto de los territorios de nuestra América, hablamos de cultura, de historia, de recursos naturales, de pueblos luchando.
De eso último quiero hablar. De pueblos luchando. Gente sobreviviendo, mujeres, hombres, jóvenes, niñez buscando esperanza. No es un secreto que en este país persisten altos niveles de desigualdad y exclusión social que afectan a grandes sectores de la población. Hay graves dificultades y desafíos en el acceso a necesidades básicas, oportunidades de empleo y medios de supervivencia. Si a ello le sumamos el ambiente de violencia social, impunidad, corrupción y la ausencia de transparencia en el uso de los recursos públicos, entendemos que la vida para una gran parte de la población es material y espiritualmente imposible. Esas son sin duda las principales razones de la migración de la población hondureña.
He llegado hasta acá con la bandera que me acompaña hace más de 25 años: los derechos humanos, pero ¿cómo hablar de la utopía frente a las crudas realidades? El día que aterricé salía del país un grupo de aproximadamente mil personas de distintas edades y regiones con rumbo a Estados Unidos de América, en busca del sueño americano, caminando con rumbo al norte con sólo una mochila, hay quienes iban en parejas de amigos o vecinos, muchas madres con sus hijas/os pequeñas/os, hombres que tienen la ilusión de mandar dinero a las familias que dejan y así, decenas de personas con múltiples historias que contar. Las autoridades no tienen claro cuántas personas salieron, ni cuántas se unieron en el camino. El día que iniciaron su trayecto se pensaba que al llegar a la frontera con Guatemala desistirían ya que existía la amenaza de que quien no contara o cumpliera con los requisitos migratorios de ingreso no podrían pasar a ese país, sin embargo, la atinada intervención de la defensoría de los derechos humanos de Guatemala hizo posible que las puertas de la frontera fueran abiertas el lunes a mediodía.
Otras personas no hondureñas, pero provenientes del famoso triángulo norte, se han unido; otras, al ver el fenómeno social de la movilización, están saliendo desde otros puntos de Honduras, de tal suerte que no sabemos aún la magnitud de esta movilización. Entre el martes y el miércoles la caravana caminó por Guatemala; se calcula que el jueves al mediodía estarán llegando a la frontera con México (Tapachula). Las autoridades mexicanas se han pronunciado por vigilar el cumplimiento de la normatividad migratoria, y la pregunta es cuál ¿la restrictiva que obliga a portar documentos y tramitar una visa? o la humanitaria que entiende que existe para todas las personas un derecho a la movilidad y a migrar; esa que garantiza que aún sin reunir los requisitos, la gente alcance la protección internacional de asilo o refugio cuando se encuentre en situación de gran vulnerabilidad o su vida se encuentre en peligro, como es el caso.
Ya el gobernador de Chiapas en su discurso ha manifestado que los albergues están listos para recibir a las hermanas y hermanos hondureños, la otra interrogante es ¿quién les abrirá la puerta de la frontera sur? México también es un país de grandes desigualdades económicas, sociales, políticas y culturales, pero no puede negar ese espíritu hospitalario que en otros momentos le ha acompañado, por ejemplo, en la época de las dictaduras en Latinoamérica. Esperemos que esta ocasión no sea la excepción.
Seguro que podemos advertir desde hace un rato una crisis migratoria, no sólo propia, sino la que compartimos con otros países, particularmente de Centroamérica, pero cuando la vecina, vecino, tienen hambre, frío, sed o miedo no podemos ser indiferentes y solo cerrar con llave para no enterarnos de lo que pasa. Quizá las noticias en mi país natal aún no revelen la situación, pero debemos hacernos conscientes de lo que está sucediendo y empezar a actuar con empatía.
Desde acá espero que México sea hospitalario y no reprima, no deporte, no maltrate, no permita que se desaparezca, esclavice o mate a ninguna de las personas que integran esta gran caravana de ejemplo, lucha, persistencia y sueño. Que la solidaridad siempre nos alcance.