Por Angeles Santiso
Espero que disculpen el atrevimiento de hacer alusión a la obra de García Márquez con el título de este texto, pero es que cada vez estoy más convencida de que creer en el amor romántico como el eje central de la vida de pareja, generalmente da por resultado un verdadero infierno.
Y es que el amor romántico, para empezar, es idealización. Constantemente, recibimos un gran número de representaciones del amor “perfecto” con imágenes estereotipadas: las citas a la luz de las velas, las flores, los regalos, las miradas profundas, las sorpresas. El problema es que, cuando creemos que así debe ser porque así nos lo muestra la literatura, el cine, la publicidad, etc., pensamos que algo malo está ocurriendo con nuestra vida amorosa. ¿Cuántas parejas no han peleado porque un 14 de febrero no recibieron estas “muestras de amor”?
Quienes nos hemos enamorado alguna vez, conocemos la mezcla de sentimientos y sensaciones que podemos experimentar, y también sabemos que esos sentimientos y sensaciones cambian, disminuyen, se transforman e incluso desaparecen. Con esto no quiero decir que los detalles amorosos están mal. Lo que me parece inadecuado es definir el amor a partir de esos detalles. Si nuestras parejas no son lo suficientemente creativas, o no les gusta festejar el 14 de febrero, o expresan el amor con actos concretos, entonces ¿no nos aman? Podría parecer exagerado, pero mi práctica clínica de casi 27 años me ha permitido acompañar a muchas personas sufriendo porque el romanticismo desapareció de su vida de pareja y, en consecuencia, sienten que ya no son amadxs, lo cual no necesariamente es cierto.
Por otro lado, el amor romántico perpetúa estereotipos que fomentan la desigualdad, la intolerancia e incluso la violencia. En la imagen del amor romántico generalmente la representación es heterosexual, como si enamorarse fuera una experiencia que sólo pueden experimentar una mujer con un hombre, lo cual sabemos que es falso. En el amor romántico no caben las personas mayores, porque veremos la representación constante en parejas que además de ser heterosexuales, son jóvenes. Buscando imágenes para ilustrar esta nota, no pude encontrar alguna en la que se manifieste el romanticismo en personas indígenas o ¿acaso los indígenas no aman?
En el romanticismo tampoco caben las personas que no encajan en el estándar de belleza prestablecido. Es más, con frecuencia se ridiculizan las expresiones amorosas en las que una mujer es más alta que su pareja masculina (porque los hombres deben ser más altos que las mujeres), o en las que aparece una persona con sobrepeso (seguramente es simpática o tiene dinero, porque si no ¿cómo se explica?), o con el clasismo que caracteriza a nuestra sociedad, hay que reírse al ver a una pareja que catalogamos como “naca” cuando dedica una canción de amor a su pareja.
Pero esto no es lo peor. El amor romántico ha perpetuado los roles estereotipados en los que a las mujeres se nos presenta como dadoras de afecto, obligadas a la belleza y a la pureza, necesitadas de protección (por eso hay que aspirar a tener “un hombre fuerte” a nuestro lado) y que debemos tener un papel pasivo. Los hombres deben mostrar la iniciativa y conquistar a las mujeres; a ellos les corresponde pagar la cuenta en las citas, comprar las flores y los dulces, así como determinar cuándo y de qué forma se expresará la vida sexual de la pareja. Y ambos papeles nos someten, nos encajonan y nos esclavizan.
Alguna vez, alguien me dijo “si quieres conquistar a un hombre, no le muestres que eres más inteligente que él. Los hombres son conquistadores por naturaleza así que, aunque seas más inteligente, deja que piense que él lo es.” Así que la receta del amor romántico es fingir, mentir y hacer promesas que no sabemos si podremos cumplir, y ¡ay de las mujeres talentosas e inteligentes porque su destino será la soledad!
Si hoy festejamos el amor y la amistad, festejemos aquél que se basa en el respeto y la libertad; aquél que nos permite crecer y ser; aquél que construimos a partir de lo que decidimos que queremos que sea nuestra experiencia amorosa.